¿Y si no tuviéramos sábados y domingos?

Hace un tiempo leí una reflexión de Martín Varsavsky sobre la forma en que hemos organizado nuestro tiempo. En un primer momento me pareció una idea un tanto peregrina por irrealizable, pero me hizo pensar con esa tranquilidad con la que piensas en las cosas que no son posibles, sin que te preocupe lo que tienes que hacer para ponerlo en marcha. Lo comparto contigo porque me pareció original y porque, después de darle vueltas, creo que sería una opción más que aceptable para aumentar la productividad de una Europa con los días contados tal y como la conocemos ahora (somos mucho menos productivos que otros pueblos y no nos estamos adaptando bien al cambio).
La reflexión trata sobre las razones astronómicas para dividir el tiempo en segundos, minutos, horas, días, semanas, meses y años. Hay razones astronómicas que justifican todas las divisiones excepto una: la semana.

¿Por qué la semana tiene siete días? ¿Por qué no seis o cinco? Estoy seguro que cualquiera es capaz de encontrar varias respuestas a estas preguntas en tres minutos consultando en Google o en Wikipedia. De hecho, los franceses ya tuvieron una semana de 10 días que abolió Napoleón y los rusos otra de cinco e incluso de seis (por eso de eliminar el Domingo como día del Señor). Pero ésa no es la pregunta clave de la reflexión. La pregunta clave es: ¿Por qué descansamos dos días y trabajamos siete? ¿Es ésa una buena organización del tiempo?
Ahí va un escenario prácticamente irrealizable para que le des una pensada: ¿por qué no hacer semanas de seis días, descansando dos y trabajando cuatro? La idea se complementa con una complicación más: dividir a la población en tres grupos de forma aleatoria de forma que todos los miembros de una familia pertenezcan al mismo grupo, pongamos grupos alfa, beta y gamma. Cada grupo descansa dos días concretos de la nueva semana de seis días diferentes a los de los otros dos grupos, de forma que, por turnos, siempre hubiera un grupo descansando y dos trabajando.
Si lo piensas, tendríamos muchas ventajas:
  • La primera es evidente: descansaríamos la tercera parte de nuestra vida. Más tiempo para dedicarle a nuestras familias, hobbies o lo que cada uno quiera que haga con su tiempo libre.
  • No se pararía la máquina de producción. Con el sistema actual, dos días de cada siete se detiene la producción de todo el continente, salvo los sectores dedicados al tiempo de ocio de los ciudadanos. Con este planteamiento, tendríamos una producción continua y haríamos un uso más exhaustivo del capital invertido, por lo que aumentaríamos la rentabilidad no sólo de nuestro trabajo sino de las inversiones y del capital en global.
  • No habría atasco de fin de semana, cosa que nos atrae fuertemente a los que vivimos en grandes urbes. Probabilísticamente hablando, saldrían un tercio de coches de las grandes ciudades cada inicio de fin de semana alfa, beta o gamma.
  • El sector terciario no estaría dimensionado para picos, ya que, de nuevo, con la ley de probabilidades en la mano, todos los días de la semana serían fin de semana para alguien, por lo que la demanda de servicios sería uniforme (o con pequeñas desviaciones) a lo largo de un mes concreto.

Las implicaciones prácticas de poner esto en marcha serían inmensas, pero tendría ventajas evidentes. No sería una tarea fácil y, en un primer análisis aparecen infinidad de complicaciones obvias:

  • La forma de repartir a la población en los tres grupos.
  • Desviaciones aleatorias que favorezcan a un grupo frente a los otros en factores importantes para la economía como poder adquisitivo, o nivel de educación.
  • Organización productiva dentro de las empresas (sobre todo PYMES) donde no haya volumen de trabajadores suficiente para que la combinación de los tres grupos sea homogénea.

… y muchas más que se te ocurrirán si le das un par de vueltas a la idea, pero reconoce que las dos ventajas principales, son de calado.

¿Te imaginas empezar el fin de semana el jueves por la tarde?