30 años viviendo sólo en Alaska

¿Te imaginas 30 años viviendo sólo en Alaska, en mitad de la naturaleza sin más compañía que las montañas, un lago cristalino y
algún que otro oso pardo? Hace unos meses publiqué un post sobre una película que me impactó: Into The Wild. Acabo de encontrar otra historia que, aunque parecida, me ha impactado todavía más y no he podido resistir la tentación de compartirla. Es lo que quería hacer Chris McCandless, pero con final feliz.

Se trata de la historia de Richard «Dick» Promenneke (1916-2003), un estadounidense que a los 52 años dejó atrás su vida «normal» y se auto-jubiló en las montañas de Alaska hasta su muerte, casi 30 años después. Utilizo la palabra jubilación
(júbilo, del latín iubilum, Viva alegría, gozo) con especial propiedad en este caso. Desde mi punto de vista, más apropiadamente (atendiendo a su etimología) que en el caso del uso que le damos normalmente a tenor de algunos de los pensamientos recogidos en el diario de Dick:
«… me quedé quieto, mirando al corazón de esas montañas y me sentí como un hombre inspirado por un sermón divino que llega de primera mano, que viene del cielo y de los muchos estados de ánimo de esas montañas, tan poderosas…» Diario de Richard Promenneke.

 

Cabaña de Twin Lakes. Alaska. El hogar
de Proenneke desde
1968 a 1998.

 

Después de 35 años trabajando, en el verano de 1967, Dick acabó por casualidad en las inmediaciones de Twin Lake, en Alaska y decidió que ahí pasaría el resto de su vida. Construyó una cabaña con sus propias manos con una fresquera, o despensa elevada para almacenar sus víveres a salvo de osos y otros animales. Se alimentó de lo que la naturaleza le proporcionaba. Como él mismo comenta en su diario, fue totalmente autosuficiente durante 30 años en mitad de la naturaleza salvaje:
«… Habitualmente, demasiados hombres trabajan sobre cada una de las partes de un todo. Hacer un trabajo completo, como éste, me satisface y llena enormemente. » Diario de Richard Promenneke.
 

Imágenes de la construcción de la cabaña.

 

La cabaña, que aún se conserva intacta después de 40 años, es un rectángulo de 12 metros cuadrados de madera conífera joven machihembrada sobre una base de grava. Las bisagras son de madera, el techo estaba cubierto de una capa de musgo autóctono a modo de aislante. Es decir, un aprovechamiento magistral de los elementos ecológicos que Dick tenía al alcance. Los muebles, sillas, camastro, utensilios de cocina y cubiertos fueron labrados por Dick en madera.
 

Cabaña de Twin Lakes. Alaska.
Actualidad.

 

Para Dick Promenneke, la palabra tiempo tomó otro significado totalmente diferente. Me atrevería a decir que esa palabra dejó de tener significado para él.
 

Fresquera para almacenamiento de comida.

 

Lo mejor de todo es que durante 20 años Dick se dedicó a observar y a estudiar la flora y fauna de esa remota región de Alaska y armado con una cámara Bólex de 16 mm grabó cientos de metros de película y lo dejó como legado para compartir su experiencia con el mundo. Parte de esas grabaciones están recogidas en este magnífico documental. Son nueve minutos que merecen la pena.

Todas las historias tienen su final. En 1999, Dick Promenneke abandonó su cabaña a la edad de 82 años con una movilidad muy reducida casi secuestrado por su hermano para pasar sus últimos días en California, y murió el 28 de abril del 2003. Donó su cabaña y toda su valiosa documentación a los EE.UU. En la actualidad, su cabaña es parque natural.
Coordenadas de la cabaña de Twin Lake: 60°38′59″N 153°48′38″W
Esto SÍ es una jubilación 🙂
Fuentes:

INTO THE WILD

Me gustaría hablaros de esta película. Es una de esas películas en las que te quedas ensimismado viendo pasar los créditos al final de la proyección dándole vueltas en la cabeza a lo que acabas de ver, sobre todo cuando la historia es una historia real. Al menos así me quedé yo cuando acabé de ver esta película. No se si es porque estoy a punto de entrar en los 40, edad en la que empiezas a plantearte cosas que nunca antes te habías planteado, como si has enfocado bien tu vida, o si eres realmente feliz, o si trabajas para vivir o vives para trabajar. No esperéis una película divertida, ni de acción, ni romántica, ni nada de eso. A modo de resumen (y por si te estás planteando verla si no lo has hecho ya), el joven e idealista Christopher McCandless (Emile Hirsch) abandona su vida en la civilización, deja sus posesiones y dona sus 24.000 dólares de ahorros a la caridad para poner rumbo a la salvaje Alaska.

Parafraseando a Alberto Bermejo (Diario El Mundo), es ese tipo de película que a algunos puede resultarles ingenua, incluso pueril, y que sin embargo otros, a los que les toque en profundidad, acabarán viendo con lágrimas en los ojos. En definitiva, y desde mi punto de vista, una película cautivadora, llena de espacios abiertos y de aire fresco, con una excelente banda sonora y con una estupenda fotografía. Absolutamente recomendable.

Una última reflexión sobre el mensaje de esta película, que no es mía, sino de Chris McCandless: la felicidad sólo es real cuando es compartida.